miércoles, 11 de diciembre de 2013


Puede ser Morante 


Por Manuel Viera 

Al final sólo queda la verdad que casi todo lo salva. Y es que, repasando las lecturas de un año que acaba entre encandilamientos y cabreos de muchas tardes de toros, uno recuerda la capacidad para emocionar de quien lo consigue con la más simple combinación de un lance y no más de dos muletazos rematadamente conmovedores, y con el encanto de las cosas que nunca se olvidan. 

El toreo es algo tan sencillo, tan profundo, atávico e inexplicable que cuando llega produce tal sobresalto de ánimo en quién lo ve, y lo siente, que enloquece. Provoca tal "pellizco" en los sentidos que trasciende el mero campo emotivo. 

El toreo, arte puro y de "quejío", ritmo y misterio, se manifestó con toda suntuosidad la primera tarde de junio en la califal plaza de toros de Córdoba. Allí, con la seguridad y grandeza de un genio, un sevillano de La Puebla mostró su arte con la frescura, el refinamiento, la gracia, la belleza y la elegancia de quién rezume torería y sabiduría con un capote y una muleta. 

Si el toreo no es bello no es arte. No hay duda. El toreo es en realidad un conjunto de aproximaciones a la estética y, sobre todo, al sentido de la belleza. Morante hizo y dijo el toreo. Sinfonía de detalles en unas formas adornadas con el brillo majestuoso de la cadencia que revelaron las excelencias de una tauromaquia no afín a la tradicional. La suya es más preciosista, menos recia, más apasionada... Puede ser Morante verdaderamente profundo en ese saberse gustar, en ese pararse a calibrar los efectos de su propio toreo para avanzar en función de lo que él se plantea: hundirse en sus sentimientos artísticos dentro de una concepción estrictamente morantista, y que atiende a sus más que demostradas premoniciones románticas. 

Morante volvió a mostrar, en la histórica tarde cordobesa que cerró la Feria de La Salud de 2013, un arte inspirado, personal, agotador, que no agotado, y en continua búsqueda de una intensa pureza, Además, con el atractivo de alternar el valor y el estilo con la magia de un toreo emocionante, rebosante de encanto y lentitud caprichosa. Este mago del toreo consiguió desplegar su tauromaquia combinando la seducción y la distinción con una admirable capacidad para hacerla magistral y rigurosa. La faena, al quinto toro de Juan Pedro Domecq, de una especial sensibilidad, elegancia y torería, iluminó la penuria de una temporada malograda en muchas tardes por la crueldad de una crisis que sigue haciendo estragos y lo insólito de una Fiesta que continua plagada de sinsentidos.

fuente:burladero.com


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