miércoles, 27 de marzo de 2013



Morante, la soberbia realidad

 
Por Manuel Viera
 
 
Aún andaba Valencia esperando el toreo. Y llegó. Inmenso, duradero, histórico hasta límites insospechados. Tanto fue que no hay quien allí o aquí recree en comentarios de tertulias las excelencias de quien abrió a la tauromaquia las puertas de otro mundo tan distinto, tan transparente y genial, tan sabiamente construido que hizo que una verónica, una chicuelina o un natural adquirieran cualidades sorpresivas. La belleza emotiva, que convulsiona los sentidos de quien se entrega con toda su verdad, se hizo patente la última tarde de Feria de Fallas. La verónica, de enorme sensibilidad, tuvo la fuerza del verdadero toreo naciendo ante miles de ojos. Excelente el compás, mecida la seda, el mentón hundido en el pecho, el recorrido ceñido, embraguetado... todo un mosaico de lances y pases evocadores de una época ya perdida con el que un sevillano de La Puebla provocó el delirio colectivo ante unas formas de gigantesca trascendencia.

No hay tribuna, ni foro, ni tertulia que no asuman la realidad de un toreo desarrollado en la anormalidad de una lidia capaz de generar una tauromaquia tan distinta y genial. No hay debate, ni coloquio, ni mesa redonda que no se apropie de las formas de un torero que prescinde de los tópicos del arte y convierte la lidia en un singular relato -al que le pone letra y música- con el que enloquece los tendidos.

El toreo de Morante de la Puebla es la libérrima construcción de un inspirado episodio que se proyecta en el ruedo de la plaza con la naturalidad e identidad de quien lo crea. Tan distinto y auténtico es lo que hace que el argumento es tan demoledor que su narración, con capote y muleta, se convierte en una única y esporádica obra maestra cargada de enorme solemnidad, mientras que la plaza bulle y la gente se emociona con tan soberbia realidad.

Quizá, sólo por esto, la inquietud creativa de Morante, a estas alturas imprevisible, podría haberle llevado a la ejecución de una tauromaquia tan añeja, y a la vez tan diferente y sublime, con la que pone a raya a casi todo el escalafón de matadores. Con tantas ganas lo hizo en el coso valenciano que volverá a meterse en esa cueva en la que hiberna la lidia de los grandes maestros de todos los tiempos. Y hasta el fondo. Lo hará, sin duda, el domingo. En la Maestranza de Sevilla.


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