La Verónica pura.
... el toreo de capa fundamental se hace a la verónica. Lo primero es escoger el capote que le va a uno, pues hay tres tallas: el capote pequeño, que es para el niño, el mediano y el grande. Yo siempre he toreado con el mediano, porque, como bajaba mucho las manos, el capote grande los toros me lo pisaban y me lo quitaban. La verónica pura, la que rompe y domina al toro es la que se da con las manos bajas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. El toro tiene más fuerza que tú, y si no comienzas a dominarlo con el capote, como digo, se te impone, y el torero va a la deriva. Por eso mi tío Cuco me decía siempre "no le levantes la mano ni al toro ni al hombre. Porque si se la levantas al hombre, y éste es un tío, será para pegarle, no sólo para levantársela, digo yo, pues en otro caso verás lo que te pasa; y con el toro es igual: el toro hay que bajarle siempre la mano, y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro éste tiene que humillar. Así que a los toros yo procuraba ligarle la verónica honda, con el capote recogido, cargando la suerte y arrastrándolo, para que el toro humillara... Eso tanto de salida como en los quites, que casi siempre hacía también a la verónica, para continuar dominando al animal, y cerrando siempre con la media, pues si la das bien y te vas con aire por el costillar del toro no cabe duda de que así también lo quebrantas y lo dominas. A veces también me ha gustado adelantarle mucho el capote a un toro que está, después del puyazo, un poquito parado; le echaba un poco de teatro, le adelantaba el capote y le daba así la verónica. Pero si el
toro se viene pronto hay que darle el lance justo, citándolo, parándolo y ganándole terreno allí donde más convenga para dominarlo, pues la regla de oro del toreo es saber cuál es el terreno más favorable para hacerlo.
Me acuerdo de que hace poco estábamos viendo una corrida juntos EnriqueMartín Arranz y yo, y le dije al torero que estaba toreando en ese momento: -Cambia al toro de sitio. Y Enrique me dijo a su vez: -¿Por qué le dice usted eso, maestro? -Pues porque en ese sitio manda el toro. Al cambiarle los terrenos, el toro cambió a su vez a bueno, y ya se le pudo torear. Al toro hayque llevarlo siempre adonde tú creas que vas a poder con él. Aunque hay algunos que no, y cualquier terreno es bueno para torearlos, casi todos los toros tienen querencias y el ochenta por ciento la tienen al sitio por el que han
salido, a los chiqueros, que es donde resultan más peligrosos. Yo he toreado bien de capa a muchos toros, sin ir más lejos la tarde aquélla de Almería que antes decía, con Domingo Ortega. Pero lo más sonado fue como recibí a un toro de Samuel Flores, en Barcelona, en 1954, que en las crónicas lo llamaron El carro de la carne. Era un toro grandísimo, muy gordo, muy bien hecho el toro. De salida se arrancó el burladero que hay a la izquierda y se lo echó al lomo; y allá fui yo y le pegué desde el tercio doce o catorce lances, ganándole terreno hasta la boca de riego, porque el toro embistió muy fuerte. Me tocó la música y tuve que dar la vuelta al ruedo antes de que salieran los picadores. Y ahí es donde yo digo eso de “romperse los toros”. A éste sólo le pegaron después un puyazo, y ya no embistió a la muleta. Lo toreé demasiado con la capa, lo había dominado con la capa y casi podía haberle entrado a matar tras la media verónica de cierre.
El Toreo Puro
Rafael Ortega
Así toreó, mandó y venció de capa Morante a un toro encastao de Victorino, en la tarde sevillana del gato por liebre. Desafortunadamente, los morantistas, que iban con los rólex prestos a ser escacharraos por el Uri Geller de la Puebla, ante tanto centelleo de arte sus ojos fueron cegados, incapaces de ver el bosque entre tanto árbol, se perdieron un saludo a la verónica , tirando rodilla por tierra, arrastrando media capa, con las manos muy bajas, castigando con oficio cada embestida del garlopo, que habrán sido las mejores verónicas de Morante en su vida. Ni se enteraron. Media hora después se partirían la camisa con unas verónicas muy bonitas a un bicho que no tenía en su embestida ni la cuarta parte de la casta y fiereza del otro.
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