miércoles, 30 de junio de 2010

Morante es un oasis

Junio ha sido un mes monótono. Pinchaba uno los numerosos videos de ferias que ofrece este portal y, además de poca gente en el tendido, casi siempre se encontraba más de lo mismo: vulgaridad, rapidez, bulla, faenas idénticas...

Sea el toro que sea, bueno o malo, chico o grande, bravo o manso, este año los toreros están aplicando en un apabullante porcentaje la misma fórmula técnica y estética.

Para la mayoría, la muleta ha dejado de ser una herramienta dúctil, un instrumento lleno de recursos y secretos, para convertirse en una amplia pantalla con la que tapar la visión del enemigo y tras la que esconderse. Si el aficionado se ha quejado siempre de esos capotes gomosos y rígidos de los malos bregadores, tendría que empezar a fijarse en también esas muletas que se presentan al toro como cartones de lavadora.

Pero con ser horrenda esa forma de citar, peor lo es su consecuente trayectoria posterior, tendente al desplazamiento del animal hacia las afueras apenas entra en el embroque. Es así como la embestida no se fija y se conduce sino que se esquiva, eludiendo el compromiso en la parte central del muletazo. Del medio muletazo, deberíamos decir, puesto que el siguiente paso del proceso consiste en que el torero, haciendo un sesgo, aprovecha esa salida del toro de la suerte para situarse en la pala del pitón sin quitarle nunca la pantalla roja de los ojos. Es decir, sin rematar el muletazo.


"Morante es uno de los pocos caprichos que nos quedan en este año de crisis. Un espejo en el que se deberían mirar muchos jóvenes que, en cambio, optan por hacer ese toreo 'práctico'

Es así como se unen, que no se ligan, medios pases a medios pases, en una equívoca espiral que no es sino una noria vertiginosa, superficial y ventajista en la que el eje de seda y oro queda fuera de la amenaza de los pitones. Y como en todo ello no hay mando, como la embestida viene menos exigida y durante menos recorrido, es el animal el que impone, sin sentirse obligado, su propio ritmo, tan acelerado como los mismos oles destemplados y chabacanos que provoca ese toreo menor, estandarizado y previsible.

Por todo eso, ver faenas como la de Morante en Badajoz supone todo un oasis para los sentidos. Esa pausada manera de asentarse en la arena; esa forma de enganchar las embestidas con los flecos; esa lentitud en el trazo, llevando al toro de principio a fin del embroque; esa estética natural que surge de acompañar, sin esconderse en ningún momento, todo el muletazo o el lance con el pecho de forma fluida, sin retorcimientos, sin golpes de hombros ni de cintura; ese valor para enganchar, llevar y soltar cada arrancada en el punto exacto para ligar el siguiente muletazo completo; esa voluntad de ralentizar las embestidas a base de sometimiento; esa genial capacidad de improvisación para responder a las cambiantes reacciones del animal... Eso, señores, es el toreo. El más caro, el más difícil. Y, por tanto, el más grande. El que nos saca de dentro los oles más sentidos y viscerales.

Con José Tomás en el dique seco, Morante es uno de los pocos caprichos que nos quedan en esta temporada de crisis y adocenamiento. Un espejo en el que se deberían mirar muchos jóvenes que, en cambio, optan por hacer ese toreo "práctico" y productivista que está convirtiendo ciertos festejos en una auténtica tortura para el buen aficionado. Lo malo es que, tal vez alentados por esos taurinos de pan y melón que ahora sufrimos, y por un público que cada vez distingue menos el oro del oropel, los aspirantes prefieren copiar y repetir esos otros ejemplos no tan edificantes. Al fin y al cabo, con menos esfuerzo tienen mayor rendimiento estadístico a corto plazo. E incluso a alguno, por tomar esa cómoda senda, ya le cantan como figura.

Para qué van a mirarse entonces en los grandes, para qué van a intentar lo difícil si triunfan con lo fácil. Por qué van a querer ser buenos toreros pudiendo ser funcionarios.

FUENTE: BURLADERO.COM


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