miércoles, 30 de junio de 2010

Artículo publicado en la sección de toros de Diario La Rioja .


Morante, la revolución silenciosa.



Luces y pasión, entrega, torería, regularidad y técnica en el artista por definición del toreo.


Morante de la Puebla es un caso extremo, un torero incomparable y quizás el máximo esteta de la tauromaquia de las últimas décadas que, además, se ha encargado de hacer literalmente añicos la imagen del torero artista: el prototipo de tipo dotado para la belleza pero que rara vez hacía gala de su arte; la más de las veces ir a una corrida de estos toreros era sumergirse en el pozo de las frustraciones porque casi siempre afloraban los miedos, la irregularidad y los desconsuelos. En muchas ocasiones gran parte de la leyenda se forjaba en esas tardes del no absoluto porque cuando amanecía cualquier rayito de sol era recibido con la fragancia de un anticiclón. Con Morante no, con el torero de la Puebla ya casi nadie se conforma con un detalle, aunque reconforte; a Morante se le pide la faena redonda, como la de Jerez o la de Nimes del pasado 22 de mayo, en la que se le ocurrió pedir una silla para torear sentado en los inicios o esperar la muerte del toro mientras el animal le besaba con los ollares sus rodillas inquietas. Qué sucede con un torero que es capaz de jugar los vuelos de su capote con tal soltura que ha hecho de un recorte como es la chicuelina un tratado de la suavidad y el temple; qué clase de revolución silenciosa ha traído un torero ensimismado que utiliza muletas sin forros y que no engancha la espada al engaño con cintas. Y torea tan delicadamente como un suspiro.

Morante ha ido creciendo en su personalidad y en su toreo a medida de que el mismo escalafón al que pertenece por cuestiones generacionales ha ido unificando su mensaje como han hecho, sin ir más lejos, Sebastián Castella y Miguel Ángel Perera, dos matadores diferentes en esencia pero que plantean sus faenas casi como dos gotas de agua: cambiados, derechazos -muchos-, naturales -pocos- y un arrimón final. Así tarde tras tarde bien sea en Madrid, en Horcajillos del Monte o en Lima. El Juli se ha encaramado arriba por su profundidad y es inimitable y Manzanares se rodea de un empaque que tampoco admite espejos. Sólo José Tomás con su limpieza de trazo se sale de una estela manierista del toreo. Y, por encima de todo, la belleza y la armonía de Morante, un diestro dotado de ese ángel expresivo que no se puede explicar pero que ha rebuscado por dos caminos que parecían heréticos para los tocados por el duende: la técnica, que ha ahondado en su valor; y la búsqueda de inspiración en tauromaquias antiguas: detalles de armonía, de colocación, remates gallistas como la faena de la silla de Rafael, o joselitistas (de Gallito) como las banderillas o esos remates sevillanos por la espalda o por la cara, el toreo a dos manos, su forma de andar tan orteguiana, el aroma paulista de las verónicas. Es decir, una búsqueda estilística sin parangón en las bellas artes, una búsqueda a la vez interior que ha reforzado su valor hasta límites impensables en el manido acervo de dogmas y tópicos de este arte.

Morante es un torero profundamente técnico, aunque no se aprecien los botones como se les ven a la mayoría de sus compañeros. Es decir, la técnica no se apodera de las faenas, la ven y la aprecian los profesionales y los buenos conocedores del toro, pero pasa casi desapercibida para una mayoría que se deslumbra con su rara facilidad, con la ausencia total de alardes, aunque a veces, recurra a algo tan prosaico como los zapatillazos para incitar las embestidas.

En Sevilla arrasó junto a El Juli y José María Manzanares; con Madrid ha logrado una curiosa comunión de estilos, anhelos y formas. Morante es ahora y por encima de cualquier otro matador el torero de Madrid sin discusión; y en mayo y junio sus tardes se cuentan por faenas inolvidables: Jerez, Nimes, Barcelona, Badajoz... No va a Pamplona, pero es de esperar que regrese a Logroño en septiembre



FUENTE: LARIOJA.COM

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