Morante y Manzanares, verónicas de ensueño
La corrida se animó en el cuarto. Hasta ese momento, Morante había sorteado dos reses de escasa calidad y poco recorrido, mientras que Manzanares le había cortado una oreja al primero de su lote, toro de mayor movilidad, por una faena basada en la derecha con muletazos muy ligados y de mano baja. El cuarto pregonó de salida que era distinto por su alegría, fijeza y capacidad para humillar. Manzanares dibujó un ramillete de verónicas muy lentas de calidad excepcional, de las mejores que ha podido interpretar el de Alicante en toda su trayectoria. La majestad es lo que mejor define a estas verónicas.
El toro tomó una vara sin entrega, dobló las manos en el encuentro, y fue cambiado por el matador. De forma inesperada, en un gesto de elegancia admirable, le ofreció a Morante la posibilidad de hacer un quite. Y en la plaza de El Puerto se armó el escándalo y llegó la locura. Cuatro verónicas y media con la firma del torero de La Puebla. No cabe mayor belleza ni cadencia en el juego de brazos y cintura; todo muy despacio. La plaza entró en ebullición, la que provoca el toreo eterno. Replicó Manzanares por otro palo, cordobinas, con vistosidad. Ya no podía volver a la verónica. Morante había firmado el punto final de este lance en la tarde portuense.
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