El toro bravo, en peligro
Por Miguel del Pino
No vamos a caer en el error de definir al toro bravo como una especie autóctona de la fauna española, ya que no es tal, sino una raza bovina, conocida técnicamente como "de lidia" en la que la selección que vienen realizando los ganaderos desde el siglo XVIII ha producido biotipos morfológicamente muy parecidos al uro, Bos primigenius, el gran bóvido forestal extinguido en Europa en tiempos medievales.
Los etnógrafos dirían que el toro de lidia alcanza la "condición eumétrica" en el ganado bovino; es decir, la belleza, si bien ésta sea funcional. El toro es bello porque la función luchadora para la que ha sido seleccionado implica equilibrio, fortaleza y unas proporciones generales que se conocen con el nombre de trapío.
La selección racial del toro de lidia abarca poco más de doscientos años, cuando los ganaderos de bravo comenzaron la crianza sistemática de las cepas más agresivas del llamado ganado arisco para constituir las llamadas Castas Fundacionales.
A partir de cuatro castas fundacionales principales -Gallardo-Cabrera, Vistahermosa, Vázquez y Jijona- el toro de lidia se ha venido diversificando en una serie de ramas que constituyen lineas genéticas realmente diferenciadas; para ellas no encaja exactamente la denominación de sub-raza, pero sí un término muy específico y no fácil de definir que en el lenguaje taurino se conoce como encaste. Pues bien: algunos encastes taurinos se encuentran al borde mismo de la extinción.
Las razones de este peligro de extinción son diversas, pero las más importantes tienen su base en las diferentes concepciones del toreo que han ido apareciendo a lo largo de las épocas. En términos taurinos se dice que determinados encastes no son aptos para el toreo moderno, o bien que otros encastes seleccionados con criteros diferentes se prestan más al lucimiento de los diestros. A partir de este momento, ganaderías enteras emprenden el camino del matadero y pronto quedan tan sólo en el recuerdo de los taurinos más nostálgicos.
Crisis económica y extinción
Los antitaurinos no han sido la causa de que vacadas enteras hayan desfilado hacia el matadero en los tres últimos años: la crisis económica y el advenimiento al mundo de las dehesas de triunfadores del ladrillo poco o nada entendidos en ganadería sí son circunstancias que conducen al desafortunado final de un animal que no ha sido seleccionado para terminar su vida de una manera tan triste y tan desapercibida. ¿Dónde están los Alonsomoreno, o los Martinezbenavides. No se molesten en rastrear sus genes, fueron en masa al matadero y su pérdida es irremediable.
"Toros sí, pero en las dehesas" es una vieja reivindicación ecologista que desde luego ignora las más elementales reglas del funcionamiento de las vacadas de lidia; cualquier otra raza bovina es mucho más rentable y pone a una becerra en peso de sacrificio en doce meses, mientras el ganado bravo tarda cuatro años en alcanzar su peso adulto a base de costosos piensos y un sinfín de cuidados. Walt Disney podría firmar el anterior lema, pero nadie con un elemental sentido campero, por no decir común, podría suscribirlo si se exige a la iniciativa particular que cargue con la factura de tan utópica teoría.
Sin embargo es un deber cultural y cientifíco evitar que se pierdan los tesoros genéticos de los encastes de lidia o que su supervivencia dependa exclusivamente de los avatares económicos o sociales de la fiesta brava. Siendo monetarios los problemas que están conduciendo a la extinción a tantas ganaderías, cabe pensar en la posibilidad de una intervención por parte de las administraciones, central y autonómicas, para que al menos unos troncos raciales de los encastes minoritarios, formados por grupos reproductores suficientes para asegurar el mantenimiento y funcionalidad de los mismos, fueran sufragados en régimen de protección oficial como parte de la fauna propia de los Parques Naturales en los que su existencia estuviera justificada.
No se trata de conseguir un álbum de cromos del toro bravo, de manera que habría que mantener las labores de tienta que permitieran garantizar la selección racial morfológica y de comportaminento. De no hacerse así, la degeneración sería inmediata.
Quizá esto sea sólo un hermoso sueño, pero sería insensato desdeñar el futuro del turismo rural con recorridos por las dehesas donde las puntas de ganado bravo figuraran como parte de la fauna ibérica autótona. Hay precedentes, como las vacadas asilvestradas que habitan en la marisma del Parque Nacional de Doñana cuyo origen es inmemorial, y que han proporcionado una gran sorpresa al comprobarse en los primeros estudios sobre su ADN su carácter extraordinariamente arcaico dentro de las variedades bovinas.
Siguiendo con nuestro sueño imaginamos dehesas ocupadas por variopintas vacadas de ganado bravo, un excelente guardián y un consumidor de pastos antiincendio en descuidados ecosistemas semiforestales. Acá las reses cárdenas de Santacoloma o Saltillo, más allá los berrendos de Martínez, ya extinguidos en la Sierra madrileña; en las salinas gaditanas los sardos y salineros o los ensabanados, albahíos y jaboneros de la Casta Vazqueña, que lo fue real al adquirirla Fernando VII.
Y los bellísimos toros negros, de Pedrajas, del Conde de la Corte o los Colorados, de Núñez o de remotas raíces jijonas, del campo de Villarrubia de los ojos del Guadiana.
Una inmensa riqueza que no queremos perder y que debe seguir formando parte del patrimonio genético de las razas ibericas autóctonas. Su diversidad de capas fue poéticamente cantada por Gerardo Diego:
Lejos, cerca, reposan
al selenio fulgor bien modeladas
las moles prietas, grávidas, lustradas
que continencia y que vigor rebosan.
Son los toros, tremendos
negros de pena, cárdenos, berrendos.
fuente:libertaddigital.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario