CASTELLON. Crónica de Barquerito:
"Lección impecable de Morante"
CUMBRE DE MORANTE con un precioso toro de Zalduendo. Un Embajador negro girón y coletero, 485 kilos, que se avino al trato. El trato de Morante, que fue, de nuevo, versión destilada del toreo de compás, suavidad pura, risueño ritmo. De capa y muleta. Antes y después de reunirse con el toro y durante la reunión. El toreo de capa reposado ya de salida: dibujado en solo dos lances de prueba, cosidos con dos verónicas, una por cada mano, de sencillo empaque y el vuelo preciso una y otra, y, ¡oh, sorpresa!, cosidas las dos, tan clásicas, con dos chicuelinas de frágil giro, como mecidas. Una larga por el pitón izquierdo, cuya magia fue la manera de soltarse a una mano Morante cuando parecía dicho y hecho un nuevo lance a la verónica o el apunte de media. Y la media al fin, que fue casi a pies juntos, y en vertical desmayo, un lindo monumento. Ocho lances de seda abrochados entre las dos rayas y sin levantar una mota de polvo.
Un puyacito trasero, solo uno. Toro nobilísimo, las fuerzas justas, el son ligeramente perezoso, faltó el golpe de riñón, sobresaliente fijeza. De manera que Morante estuvo asentado y confiado desde el primer muletazo. Y hasta el último. Rendido, el toro llegó a quedársele hasta tres veces antes de tomar el engaño –el hocico en la arena, la cara descolgada- y las tres aguantó Morante sin sombra de sobresalto. Paciente en tal trance, Morante pareció insuflarle al toro el aliento que entonces le faltaba y, luego, tiró de él para llevarlo hasta final de viaje con un pulso imposible. Se vino abajo la plaza. Un clamor.
En la faena, puro capricho, solo hubo muletazos buenos, mejores y sencillamente extraordinarios. A pies juntos por alto y a suerte cargada, que fueron los de apertura; en redondo, tres y el cambiado, con tanto ajuste como compás; con la izquierda, en una tanda impecable de cuatro abrochados con uno cambiado a pies juntos de alta escuela y un desplante genuflexo; otra con la izquierda de encaje mayúsculo pero de tal relajo que parecía irse el brazo solo detrás de las manos, y las manos detrás de los dedos, y el toro, empapado en todo esa madeja tan bien tejida. Y tan sinuosa: el toreo en semicírculo. Y el canon antiguo: toro tomado y soltado, ni un paso perdido, ligazón, algún leve enganchoncito en algún que otro remate. La compostura natural de Morante, su forma pausada de llegar al toro y de salir de la cara, la manera de plegar la muleta, su gesto solo. Las improvisaciones: una tanda de frente que al tercer muletazo ya era de dar el medio pecho, y al quinto de tanda, el molinete sevillano de El Gallo; el toreo por delante para cerrar al toro, que Morante dejó cuadrado con solo dos muletazos.
Cuadrado el toro pero no igualado, sino abiertas las manos. Dos pinchazos, una estocada. Con la espada enterrada, el toro todavía tuvo, antes de doblar, el privilegio de llevarse de Morantes tres naturales sueltos. Hubo delirio con la faena. Ni siquiera contó que faltara con la espada la firma y la rúbrica redondas. No cundió la petición de oreja, pero la ovación fue de tal calado que Morante, que saludó desde casi los medios y pareció sentirse visiblemente reconocido, no tuvo más que remedio que dar la vuelta al ruedo. La vuelta fue pura torería: claveles, abanicos, algún cigarro habano. Gorrillas y sombreros que devolvió Morante con pinturería. Porque fue faena de tirar sombreros.
La corrida tuvo un antes y un después de esa bellísima faena de Morante. No resistieron la comparación ni el antes ni el después. Los tres toros de Zalduendo de la segunda parte fueron bastante mejores que los tres de Juan Pedro de la primera. Morante fue puro primor con el segundo de la tarde, que se acabó enseguida. Gracia repajolera, exquisitas las formas, bueno el fondo del trabajo, tan lindo, pero sin el brillo tan cegador del que vino después.
El mejor de los tres juampedros fue un tercero acapachadito y jovenzano que remontó tras un volatín, y quiso mucho y bien. No se templó Manzanares, que solo con la mano diestra toreó sobre la inercia del toro, despegadito y rehilando pero no ligando. Una estocada tendida y trasera en la suerte de recibir bastó. Dos orejas, gratuita la segunda. De los tres zalduendos, el más completo y sencillo fue el cuarto de festejo. Un toro acochinado, enmorrilladito, corto de manos, de buen motor. Finito se embarcó en larga faena, cada vez más acoplada, de muletazos exageradamente largos y por tanto lineales. Bonitos los remates a pies juntos. Un punto errático el rumbo de terrenos. Hubo regusto bueno en el trabajo de Finito con el primer juampedro que, siendo toro pronto, fue también llorón, se soltó antes de tiempo y hasta pegó una coz. El sexto, de Zalduendo, bizco, se empleó de bravo en el caballo, tuvo codicia y gasolina. Más pronto que ninguno. Más decidido Manzanares ahora, pero pesaba como una losa la estela dejada por Morante. Desajuste con la mano izquierda, a resorte con la derecha, cierta rigidez, tiempos muertos entre tanda y tanda. Una excelente estocada a un tiempo.
Postdata para los íntimos.- Lección impecable de Morante
CRÓNICA.- Por Paco Aguado
Triunfa Manzanares y Morante deja huella en Castellón
ESTÉTICA FRENTE A HONDURA
Triunfó la estética en la corrida de toreros "artistas" de la feria de Castellón. Una estética de fácil conexión con el tendido, más de forma que de fondo, con la que José María Manzanares consiguió tres orejas del que fue, con mucha diferencia, el mejor lote de una corrida de dos hierros.
Le tocaron en suerte al alicantino los únicos toros con fondo bravo de cada una de las ganaderías anunciadas: un noble y dulce tercero de Juan Pedro Domecq y un sexto repetidor y con brío de Zalduendo, que peleó con verdadera bravura en el caballo.
Y de los dos sacó partido a su manera el más nuevo de la terna, al menos en el balance estadístico, ante una afición que valoró más el conjunto que los matices, la manera en que Manzanares acompañó el movimiento continuo de los dos toros tras de su muleta.
La faena al tercero, jaleada con entusiasmo desde los tendidos tras un inicio anodino de corrida, fue inexplicablemente breve, de apenas cuatro tandas de derechazos y una intentona frustrada al natural.
Muy despegados y ligeros los pases, desplazó más que condujo el alicantino las dulces, claras y repetidas embestidas del de Juan pedro, al que, cuando se fue a por la espada de acero, le quedaban dentro algunas tandas más de muletazos.
Pero la gran efectividad estoqueadora de Manzanares, que lo mató de una espectacular estocada en la suerte de recibir, acabó con las reticencias a corto plazo.
Con otro gran espadazo, este al volapié, acabó también con el sexto, este de Zalduendo, al que se pasó durante más tiempo y con mucho más ajuste en una faena más consistente que, paradójicamente, encontró menos respuesta entre los espectadores.
Y mientras que Manzanares salía a hombros, Morante de la Puebla se iba a pie de la plaza, aunque consciente de haber dejado la huella de su gran calidad artística. Sin orejas en su haber, pero sabiendo que suyos habían sido los momentos de mayor hondura de la corrida.
En su primero, desfondado e insulso, no pudo el sevillano pasar de los detalles de torería. Y el mismo camino parecía llevar su faena con el desrazado quinto, de Zalduendo, hasta que su paciente actitud, concentrado y recreado en sí mismo consiguió de él más de lo que se podía esperar.
Siempre a más en intensidad, temple y profundidad, en lo fundamental y en los adornos, Morante fue convirtiendo en oro lo que sólo parecía un puñado de arena, a base de ralentizar cada embroque, suavizar cada gesto técnico y envolverlo todo con su especial empaque. De no haber pinchado en dos ocasiones, también le hubieran izado en hombros.
Rajado y manso fue el primero de Juan Pedro Domecq, sin dar así opciones a un Finito de Córdoba tan visiblemente ilusionado que hasta lo recibió con una larga cambiada de rodillas.
Tuvo que ser con el cuarto con el que Finito, que sustituía al herido Enrique Ponce, intentara sumar otro éxito en Levante. Se movió mucho el de Zalduendo, aunque sin clase ni continuidad, en una faena estimable pero en la que el hombre no consiguió disimular ese punto de tensión que le provocaban tan desiguales embestidas.
fuente:el cofidencial.com
fuente:el cofidencial.com
El torero de la Puebla se relame de buen toreo
Las dos faenas de Morante fueron sendas lecciones de torería. Ninguna de esas dos faenas fue redonda, rematada, pero siempre tuvieron sabor. Labor lúcida. Con golpes imaginativos y bellos pasajes. Su primero llegó a la muleta con apenas resuello y Morante midió las fuerzas del toro. Muy confiado, se entregó y entregó una faena de luminosos momentos.
El quinto, excelente toro de Zalduendo, muy noble aunque una pizca flojo, se ofreció a Morante sin condiciones. La faena se abrió por ayudados por alto. Luego, por las dos manos, desplegó momentos de gran belleza. Siempre con la sana intención de ligar las series, aunque no salieran completas. Los cambios de mano, pura esencia de torería. Al natural, naturalidad. Y un desplante, casi en los medios nada provocativo pero sincero. El final de esa faena tuvo especial brillo, llevando el toro hacia los adentros con muletazos sueltos por uno y otro pitón. Muy a gusto el torero en todo momento, pero se pasó de faena y el toro no se entregó como debía a la hora de matar. Pinchó Morante con la espada, pero la vuelta al ruedo fue apoteósica.
fuente:elpais.com
Manzanares sale a hombros y Morante hace lo más bello en Castellon
Runrún de expectación
A Morante lo reciben con runrún de expectación, por lo que hizo en Valencia. Por eso, la decepción es grande en el segundo, de Juan Pedro, otra birria de toro. Huye, se para, embiste como si estuviera moribundo. Al final, mi vecino, que se había distraído, pregunta: «¿Lo ha matado?» No: simplemente, ha rodado, una vez más, por la arena. El quinto, de Zalduendo, le permite desquitarse. Enlaza verónicas con chicuelinas; inicia la faena con estupendos ayudados por alto, cargando la suerte; corre la mano con armonía. Tan a gusto está que aguanta algún parón del toro y alarga demasiado. Pierde las orejas por matar a la tercera pero, después de lograr la estocada, todavía dibuja naturales, se adorna... Sin trofeos, con un toro justo, ha logrado lo más hermoso de la tarde.
fuente:abc.es
La crónica de Las Provincias
El arte cotiza al alza
En 2014 manda el arte. Alabado sea el señor del buen toreo, devoción muchos años arrinconada. Ayer se vio en Castellón, plaza llena o casi en día de labor, un púbico receptivo y un final feliz. La gente salió de la plaza toreando así que alabado sea el arte y los artistas.
El arte se ha puesto de moda. Esa es una de las mejores noticias de la temporada. En realidad es un hito en la historia después de tantos y tantos años en que las modas solían ir de la mano de las astracanadas. En 2014 manda el arte. Alabado sea el señor del buen toreo, devoción muchos años arrinconada. Ayer se vio en Castellón, plaza llena o casi en día de labor, un púbico receptivo y un final feliz. Se cortaron tres orejas, las tres se fueron en el esportón de Manzanares y otras varias que se merecieron Fino y Morante con capote y muleta, se esfumaron en el momento que empuñaron las armas toricidas. Tampoco hicieron falta más despojos para que las gentes saliesen de la plaza toreando, tratando de explicar si Fino hizo esto o aquello cuando el toro se quería ir para las tablas o como Morante, tan artista él, había aguantado dos parones de puro valiente a un toro que pensaba si embestir o no y acabó tomándole la muleta con pausa y clase o como de perfecta ejecutó Manzanares la suerte de matar, la más difícil de las suertes y además lo hizo en sus versiones más clásicas, al volapié y recibiendo para que cada cual elija.
Esa fue la síntesis de la corrida estrella de la feria. Y aún les tengo que señalar algo mejor que todo eso y de mucha más trascendencia en estos momentos en que tanta falta hace ilusionar, que una tarde de tanta expectación no acabó en decepción que es el más común de los desenlaces en estos casos. Así que alabado sea el arte y los artistas.
La combinación tuvo sus ingredientes base. Apunten la fórmula: unas brujerías del nuevo Fino, con su toreo al paso elevado a los cielos y un manojo de muletazos por abajo que eran como chispazos de pimienta; un chorreón generoso y largo de torería preciosista con el sello exclusivo de Morante, no se admiten sucedáneos y unas gotas abundantes de valor de la Puebla, ese que no se espera pero existe; y para rematar la obra una copa de elegancia alicantina y un golpe, dos en este caso, de contundencia estoqueadora con la espada de Manzanares. El efecto fue tal que además de salir de la plaza como salimos, toreando, nadie sucumbió, al menos que se sepa, a un frío negro que calaba los huesos, ni siquiera preguntaron por un elemento tan necesario en estas lides como el toro que fue lo justo, no más, si acaso menos, para que los artistas lucieran en tarde en la que el toreo necesitaba más que nunca un triunfo para seguir rearmándose de razones e interés.
Fino se presentó con una larga de rodillas ¡qué cosas, qué cambio! y sus dos faenas, especialmente la segunda, fueron de menos a más, otra constante en su nueva singladura. A su primer trasteo le faltó limpieza porque al toro, desclasado, le faltaba ritmo y le sobraba mansedumbre, pero cuando el juanpedro volvió ancas a la pelea camino de las tablas, le salió al paso Fino y le fue enjaretando muletazos por abajo que eran auténticos calambrazos. Lo mismo sucedió en el cuarto al que antes sí había toreado con largura y temple. Su ultimo muletazo fue un lujo y sus pinchazos un despilfarro. Esas faenas hay que coronarlas.
Lo de Morante es la sublimación. Vive un sueño. Vivimos un sueño. A diferencia de Valencia ayer toreó más y mejor con la muleta que con el capote. Su arranque de faena al quinto, ayudados por alto a dos manos y cargando la suerte merecían el cincel del Montañés. Luego la faena tuvo momentos de un temple angelical, otros de una gracia deslumbrante, pasajes tensos que surgieron de dos parones que el de la Puebla aguantó con la serenidad de los que no tienen arte y si al conjunto le faltó un punto de continuidad fue porque cada serie tenía que competir con otra anterior que parecía imposible de mejorar. Lo mató de varios pinchazos y una gran estocada como prueba de que ayer Morante había apostado al máximo. Su primer trasteo fue bueno pero no tanto como el segundo.
De Manzanares lo mejor fueron las estocadas y las tres orejas que conquistó y el ambiente de éxito grande que generó en la plaza, tan necesario en estos momentos, al fin y a la postre de triunfos se alimenta el gran público, todo ello sin olvidar su apostura, su proverbial elegancia, la facilidad para conectar con los tendidos, pero no fue el mejor Manzanares, ayer le faltó la templanza y el ajuste que lo llevó a las alturas. Sin estar redondo miren la que se armó, no sé qué puede pasar el día que recupere el pulso. Lo dicho, el arte cotiza al alza.
Puerta grande para Manzanares y toreo caro de Finito y Morante
Ambientazo en Castellón. La gente respondió al reclamo de un cartel cargado de arte que no decepcionó. Se disfrutó de lo que se esperaba: el toreo bueno, de sentimiento y de detalles de calidad y personalidad. El triunfo se lo llevó Manzanares gracias a su contundencia estoqueadora; pero Morante y Finito, dejaron su sello de toreo caro.
Gustó la faena de Manzanares al tercero de la tarde, un toro que dejó crudo en el caballo y que repitió con celo a la muleta del alicantino. Bien el de Alicante, mejor sobre la diestra, donde ligó sin apenas enmendarse, muy templado todo, componiendo elegantemente, alargando el muletazo. Realizó a la perfección la suerte de matar recibiendo. Su manera de aguantar y de hundir el acero lentamente levantó al público de sus asientos. La estocada fue clave para que le dieran las dos orejas. Antes, se había desmonterado Curro Javier tras dos grandes pares de banderillas.
De nuevo, la suerte suprema según la interpreta Manzanares volvió a levantar al público de sus asientos. Esta vez fue un soberbio volapié, que acabó de manera fulminante con el toro. Sin duda, Manzanares se consagra como un gran estoqueador. La espada calentó los ánimos para la petición de oreja, que fue concedida de manera unánime. Toreo enfibrado el de Manzanares, firme de planta. Llevó bien cosido a la muleta a un toro con movilidad aunque no acabó de romper por abajo. Gustó el toreo del alicantino, que se llevó el gato al agua. Oreja.
Morante despertó a las musas en Castellón. El sevillano encandiló a la afición con su tauromaquia única y cargada de personalidad. Todo cuanto hizo en el ruedo rezumó torería, ante un Zalduendo que tuvo una embestida humillada y enclasada; tardo algunas veces, pero le sirvió a Morante para dejar momentos de ensueño. Cuanto más se dormía el toro en su embestida, más se dormía el torero y hubo muletazos que duraron una eternidad. Ya en el saludo capotero intercaló alguna verónica suelta con chicuelinas de capote alado. Pinchó arriba en dos ocasiones antes de dejar una buena estocada al encuentro. Petición de oreja que desatendió el palco.
Saludó una ovación tras pasaportar al segundo, un juampedro falto de empuje y fuerza al que realizó una labor preciosa y muy pinturera. El sevillano se mostró por encima de su oponente en una labor llena de belleza y regusto. Hubo pasajes de mucha expresión y sabor. Cobró una estocada al segundo intento.
FINITO Y SU GRAN MOMENTO
Fue un buen toro el cuarto. El de Zalduendo embistió con mucha calidad, siempre por abajo, con profundidad, cogiendo la muleta hasta el final. Finito se sintió muy a gusto en una faena con una primera parte más enfibrada, alargando el brazo para llevarlo largo. Lo mejor llegó en la parte final, con el torero más relajado. Todo lo hizo con mucha torería. Sensacionales los naturales, siempre encajado y tirando muy bien del toro, con el trazo largo y la figura rota. Por el pitón izquierdo se acopló mejor Juan. Tenía el premio en el esportón pero se le esfumó con espada y descabello.
Abrió plaza un toro de Juan Pedro Domecq rajado, con más movilidad que clase. Ante él, Finito de Córdoba dejó detalles de calidad como los trincherazos y los cambios de mano que fueron auténticos carteles de toros. Se gustó el cordobés, con sabor y empaque. Remató su quehacer de media estocada que necesitó de un golpe de descabello.
fuente:aplausos.es
Manzanares salió en hombros pero la gente salió hablando de Morante. La vuelta al ruedo del torero de La Puebla tuvo un peso similar a las tres orejas que paseó el alicantino. O incluso más. Porque la faena del quinto no es faena pasajera, sino de las que permanecen la retina y las entrañas de los presentes para los restos. Y eso que al toro, noble y obediente, le costó desplazarse, pero cuando acometió a las telas su viaje fue franco y claro. Y como Morante nunca le dudó, esperó que metiera la cara y le convenció de que tomara los engaños, la faena cobró altura. Luego fue la velocidad cero a la que Morante describió el toreo la clave para que el público entrara en éxtasis.
Quizá no sea del todo exacto decir que a Morante le correspondió el peor lote, pero sí el que menos se prestó de los tres en los que se compuso la escogida corrida de Juan Pedro y Zalduendo. Salvo los dos animales que abrieron plaza, el resto tuvo la virtud común de la calidad y la nobleza, si bien los dos que pasaportó Manzanares aunaron más parabienes que el resto. Bien porque les dosificó el castigo en varas, bien porque los acompañó sin apretarles ni exigirlos casi nunca en la muleta, ambos ejemplares le duraron lo suficiente para que sus faenas tuvieran continuidad e hilazón. Su infalible espada hizo el resto para redondear el marcador.
La media docena de muletazos de Finito al cuarto hubieran adquirido más protagonismo otro día. Pero en tardes así, con un protagonista tan definido, las comparaciones sí resultan odiosas. No obstante, el catalo-cordobés refrendó la imagen de Fallas y se postuló como telonero que revista esta temporada carteles de tronío y abolengo.
Manzanares fue el primer matador en abrir la Puerta Grande en La Magdalena. Y lo consiguió de golpe en el tercero, un toro notable, porque fue pronto, tuvo tranco y recorrido y colocó la cara en los engaños, incluso abriéndose tras cada muletazo. Ya en el capote apreció Manzanares sus cualidades y por eso dosificó su castigo en el peto. La faena de muleta, vistosa y de fácil consumo, llegó mucho al público, quien valoró más la ligazón y prestancia del alicantino que la reunión y las apreturas de las que carecieron los embroques. La estocada sin puntilla en la suerte de recibir fue determinante en la solicitud y concesión del doble trofeo.
Luego al sexto le cortó otra oreja por una faena de similar patrón a la anterior, ligada y fluida pero un tanto acelerada, frente a un animal noble y obediente al que acompañó mucho y molestó poco, y por eso potenció su duración. De nuevo su contundencia estoqueadora resultó fundamental.
La del quinto fue la faena de la tarde. Y de muchas tardes. Por el modo de torear de Morante, tan entregado, tan embraguetado y sobre todo, tan despacio, con un temple casi milagroso. Sólo alguien con tanto valor y que torea con tanto aplomo como el genio sevillano es capaz de pensar en la cara del toro como hizo frente al noble y remiso astado de Zalduendo, de aguantar parones con esa naturalidad y de torear tan suelto de muñecas como si lo hiciera de salón, pero con el sentimiento y la gracia de los elegidos. Después de dos pinchazos y la lenta agonía del toro tras la estocada aún le pidieron la oreja. Y la vuelta al ruedo fue de clamor.
No se desplazó de salida el primero de Morante, un colorado bajo y bien hecho, con la cara reunida y para delante, que tuvo nobleza pero le faltó pujanza. Le dio celo el sevillano en el inicio de la faena para después, dejándole la muleta en la cara y ganando un paso al frente, ligar dos series de gran naturalidad y expresión, con muletazos de trazo lento y figura erguida y relajada, aderezadas con adornos y un toreo por alto de enorme sabor. Le hubiera cortado una oreja pero pinchó antes de la estocada y saludó desde el tercio.
En el cuarto apareció el Finito de Fallas. Con un toro bravo de Zalduendo, que tomó los engaños humillado y con transmisión, el torero cordobés desperdigó, de mitad de faena en adelante, cuando acabó de conjuntarse con el toro, seis o siete muletazos cumbres, que en un festejo más austero artísticamente hubieran tenido más trascendencia. El toreo a dos manos y los remates de final de faena volvieron a dar entidad y consistencia a su obra, que se quedó sin premio por su fallo a espadas. Antes, saludó al primero con una larga de rodillas en el tercio. Cantó enseguida su mansedumbre el entipado burraco de Juan Pedro, moviéndose muy suelto y sin fijar en los primeros tercios, para rajarse y buscar abrigo en los albores del trasteo.
fuente:aplausos.es
Manzanares, infalible; Morante, inolvidable
Manzanares salió en hombros pero la gente salió hablando de Morante. La vuelta al ruedo del torero de La Puebla tuvo un peso similar a las tres orejas que paseó el alicantino. O incluso más. Porque la faena del quinto no es faena pasajera, sino de las que permanecen la retina y las entrañas de los presentes para los restos. Y eso que al toro, noble y obediente, le costó desplazarse, pero cuando acometió a las telas su viaje fue franco y claro. Y como Morante nunca le dudó, esperó que metiera la cara y le convenció de que tomara los engaños, la faena cobró altura. Luego fue la velocidad cero a la que Morante describió el toreo la clave para que el público entrara en éxtasis.
Quizá no sea del todo exacto decir que a Morante le correspondió el peor lote, pero sí el que menos se prestó de los tres en los que se compuso la escogida corrida de Juan Pedro y Zalduendo. Salvo los dos animales que abrieron plaza, el resto tuvo la virtud común de la calidad y la nobleza, si bien los dos que pasaportó Manzanares aunaron más parabienes que el resto. Bien porque les dosificó el castigo en varas, bien porque los acompañó sin apretarles ni exigirlos casi nunca en la muleta, ambos ejemplares le duraron lo suficiente para que sus faenas tuvieran continuidad e hilazón. Su infalible espada hizo el resto para redondear el marcador.
La media docena de muletazos de Finito al cuarto hubieran adquirido más protagonismo otro día. Pero en tardes así, con un protagonista tan definido, las comparaciones sí resultan odiosas. No obstante, el catalo-cordobés refrendó la imagen de Fallas y se postuló como telonero que revista esta temporada carteles de tronío y abolengo.
Manzanares fue el primer matador en abrir la Puerta Grande en La Magdalena. Y lo consiguió de golpe en el tercero, un toro notable, porque fue pronto, tuvo tranco y recorrido y colocó la cara en los engaños, incluso abriéndose tras cada muletazo. Ya en el capote apreció Manzanares sus cualidades y por eso dosificó su castigo en el peto. La faena de muleta, vistosa y de fácil consumo, llegó mucho al público, quien valoró más la ligazón y prestancia del alicantino que la reunión y las apreturas de las que carecieron los embroques. La estocada sin puntilla en la suerte de recibir fue determinante en la solicitud y concesión del doble trofeo.
Luego al sexto le cortó otra oreja por una faena de similar patrón a la anterior, ligada y fluida pero un tanto acelerada, frente a un animal noble y obediente al que acompañó mucho y molestó poco, y por eso potenció su duración. De nuevo su contundencia estoqueadora resultó fundamental.
La del quinto fue la faena de la tarde. Y de muchas tardes. Por el modo de torear de Morante, tan entregado, tan embraguetado y sobre todo, tan despacio, con un temple casi milagroso. Sólo alguien con tanto valor y que torea con tanto aplomo como el genio sevillano es capaz de pensar en la cara del toro como hizo frente al noble y remiso astado de Zalduendo, de aguantar parones con esa naturalidad y de torear tan suelto de muñecas como si lo hiciera de salón, pero con el sentimiento y la gracia de los elegidos. Después de dos pinchazos y la lenta agonía del toro tras la estocada aún le pidieron la oreja. Y la vuelta al ruedo fue de clamor.
No se desplazó de salida el primero de Morante, un colorado bajo y bien hecho, con la cara reunida y para delante, que tuvo nobleza pero le faltó pujanza. Le dio celo el sevillano en el inicio de la faena para después, dejándole la muleta en la cara y ganando un paso al frente, ligar dos series de gran naturalidad y expresión, con muletazos de trazo lento y figura erguida y relajada, aderezadas con adornos y un toreo por alto de enorme sabor. Le hubiera cortado una oreja pero pinchó antes de la estocada y saludó desde el tercio.
En el cuarto apareció el Finito de Fallas. Con un toro bravo de Zalduendo, que tomó los engaños humillado y con transmisión, el torero cordobés desperdigó, de mitad de faena en adelante, cuando acabó de conjuntarse con el toro, seis o siete muletazos cumbres, que en un festejo más austero artísticamente hubieran tenido más trascendencia. El toreo a dos manos y los remates de final de faena volvieron a dar entidad y consistencia a su obra, que se quedó sin premio por su fallo a espadas. Antes, saludó al primero con una larga de rodillas en el tercio. Cantó enseguida su mansedumbre el entipado burraco de Juan Pedro, moviéndose muy suelto y sin fijar en los primeros tercios, para rajarse y buscar abrigo en los albores del trasteo.
Morante:
la velocidad no existe
En Morante hay técnica, aunque sea invisible a ojos del gran público (por eso fue capaz primero de dar celo al segundo y luego de ligarle dos series monumentales con la mano derecha). Aunque tampoco sea evidente porque lo tapan sus otras muchas virtudes, en Morante hay también valor y aguante, aplomo, calma y compostura para desengañar a un toro remiso hasta obligarlo a embestir. Como hizo con el quinto.
Hay naturalidad, hay expresión, hay armonía, ritmo, verticalidad, enganche y expulsión. Hay de todo, menos velocidad. Cada vez tiene menos de metáfora la expresión tan manida de que Morante para el tiempo toreando. Tiene menos de metáfora y más de realidad, porque es prácticamente imposible para cualquier mortal torear tan despacio, incluso sin toro. Con Morante, la velocidad no existe.
fuente:mundotoro.com
fuente:mundotoro.com
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